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miércoles, 27 de julio de 2011

Capítulo 14. Noche

No había nada. No se encontraba allí ningún colegio, tampoco una casa, ni siquiera una seta. Solo agua, agua y más agua. Transparente y cristalina. Refrescante y tal vez no potable.

Tampoco había ningún profesor que nos indicase el camino. Allí solamente nos encontrábamos nosotros; los estudiantes. En su mayoría felices de poder estar ahí.

Dentro del inmenso lago se hallaban unas barcas sencillas hechas con madera. Todos comenzaron a llenar estas barquitas, junto con su grupo de amigos. Yo me adentré en una completamente vacía. No conocía a nadie. Aunque pronto se lleno de gente, casi no quedaba sitio.

Se puso en marcha. No había ningún motor a la vista y tampoco nadie que la condujese hasta el colegio, tal vez funcionara con algún mecanismo desconocido para mí.

Me fije en cada una de las personas que se había sentado junto a mí. Eran tres chicos, dos de ellos bajos, pero no excesivamente feos. Me sorprendió el hecho de que hablaran en castellano, parecía que ninguno de los allí presentes dominara el inglés; aunque siempre las apariencias engañan.

-          ¡Estoy deseando llegar! – dijo uno de los niños. En este caso era el más alto de los tres. Tenía unos perfectos ojos verdes y cabello rubio, pero demasiada nariz aguileña - .
-          ¡Y yo! Sobretodo quiero volver a esas clases, ¿os acordáis? Me lo pasaba genial, me reía un montón – opinó el de nariz chata, cuyos ojos azules estaban cubiertos por unas pequeñas gafas de pasta - .
-          Claro que me acuerdo Nicolás, tengo buena memoria – sonrió aquel al que su mirada grisácea me recordaba a la persona que yo quería, sí, sus ojos eran semejantes a los de Jack, profundos y preciosos, pero no había comparación – Pero vosotros no sabíais hacer nada, el único que era bueno aquí, era yo.
-          Tu mismo lo has dicho Fran,  “Eras”, veremos este año quien es el mejor con la escoba – intervino de pronto el chico de ojos verdes - .
-          ¡Pero calla, Javier!  Si yo era el mejor.
-          Pero Fran si ni siquiera sabias usarla – había descubierto todos sus nombres. El de los ojos verdes se llamaba Javier, el de gafas Nicolás y ya sabemos el resto… - .
-          Chicos, basta ya – faltaba la mano femenina en esta discusión. Intervino, pero apenas escucharon sus órdenes - .
-          Chicos…  - ellos continuabas discutiendo acerca de quién era el mejor barriendo, si eso era un problema para ellos, no quiero pensar lo que consideran entonces mi vida - ¡CHICOS! – esta vez chilló tanto que todos enmudecieron de pronto. Ella también tenía los ojos verdes y cierto parecido con Javier. Su pelo rubio, corto y acompañado con un flequillo recto, estaba recogido con dos pinzas a ambos lados de su cabeza – No discutáis más, mañana en clase podréis discutir sobre este tema. Además ya casi hemos llegado, no me apetece escucharos más y seguro que esta chica tampoco, ¿estás harta, no? – me había dado pie a entrar en su conversación. Quizá se habría percatado de que los estaba escuchando desde el comienzo del viaje - .
-          Gritaban bastante si… - dije tímidamente tratando de sonreír, pero de pronto las caras de los chicos a los que acababa de evadir su conversación personal se hallaban concentrados mirándome, por un momento me sentí avergonzada - .
-          Nunca antes te había visto – afirmó Nicolás. Todos parecieron repentinamente interesados en mí - .
-          Eres nueva, ¿no? – pregunto Javier, aunque ya sabía la respuesta - .
-          Encantado, yo soy Fran – se aproximó a mí y me dio dos besos en la mejilla, a continuación vinieron los otros dos copiándole, presentándose, aunque yo ya sabía de sobra sus nombres - .
-          Encantada, yo soy Brittany – todos me sonrieron - .
-          Que nombre más bonito – dijo Fran - .
-          ¡A mí me parece más bonito! – Exclamó Nicolás - .
-          ¡No! ¡A mí! – se sobresaltó Javier - .
-          Discúlpalos, siempre están igual. Yo soy Cathy.
-          No si no importa Cathy. ¿Qué son tus amigos?
-          ¡Qué va! ¡Quien me diera; si fuesen mis amigos no tendría que aguantarlos todos los días!
-          Entonces, son tus hermanos – era más una afirmación - .
-          Exactamente, hermanos insoportables.
-          ¿Es para tanto?
-          Muchísimo, ya verás cuando los tengas que aguantar en el colegio.
-          Si son tan pesados como los pintas, espero que no me toque aguantarlos – le susurré - .
-          Supongo que nos tocará en la misma clase, porque ¿Cuántos años tienes?
-          Acabo de cumplir los quince este verano, ¿vosotros también?
-          Pues sí, todos menos Nicolás que tiene catorce.
-          Entonces creo que queda casi confirmado que nos toca aguantarlos en la misma clase – reímos - .
-          Dentro de poco lo sabremos con seguridad. Ahora vamos, que ya hemos llegado.

Me giré aún con miedo. Temiendo lo que me podría encontrar allí, ante mis ojos.

Un gran edificio se encontraba ante mis ojos. Su altura parecía alcanzar el cielo. Su estructura externa ya era hermosa, no creía ser capaz de imaginarme el resto. El colegio tenía forma de castillo y este estaba rodeado por treinta y un quilómetros de bosque. Ocho torres acompañaban a la inmensa estructura. Acababan en pináculos.

Salí de la barca con mucho cuidado, acompañada de Cathy y sus hermanos. Juntos nos dirigimos a la entrada de aquel, para mí, misterioso colegio.

Junto a la puerta se encontraba un personaje muy peculiar. Vestía un traje de gala. A cada paso que daba podía ver con mayor exactitud los rasgos de su anciano rostro. Su pelo engominado hacia atrás vestía con alguna que otra cana y dejaba al descubierto su vieja y arrugada frente. Sus ojos eran claros. Su boca dejaba al descubierto una media sonrisa. En la mano tenía unas llaves, nada más llegar junto a él comenzó a hablarme.

-          Señorita Brittany, mi nombre es Dylan y soy el conserje del colegio. Aquí le entrego las llaves de su habitación. Por si no le informaron aún; tendrá que compartirla con dos alumnas más, espero que se sienta lo mejor posible – no daba crédito a lo que mis oídos escuchaban, hablaba en castellano y lo más sorprendente; sabía mi nombre - .
-          Muchas gracias – dije tímidamente, intentando sonreír -.
-          Para lo que necesite, estoy a su disposición.
-          No creo que pueda resolver todos mis problemas – susurré, acordándome de Jack - .
-          No, quizá no pueda porque tú sabrás como resolverlos.
-          ¿Y si no sé?
-          Nadie nace sabiéndolo todo, pero tienes que aprender a confiar.
-          Yo confió – me miró de otra manera. Él sabía perfectamente que estaba empezando a desconfiar de este lugar, de todo lo que me rodeaba y quiso transmitirme eso con una simple mirada. Me dispuse a irme - .
-          Señorita.
-          Puedes llamarme Brittany.
-          Recuerde lo que le he dicho.
-          Sí, conseguiré confiar.
-          No. No sé trata de conseguirlo, sino de sentirlo.
-          No lo entiendo.
-          Cada cosa tiene su momento – di por terminada la conversación. No comprendía sus palabras ni a que se refería con ellas. Pero como él acababa de decir, “cada cosa tiene su momento” y a mí ya me llegaría el mío para comprender todo. Si es que había algo que entender o como también había dicho, era todo cuestión de sentir. ¿Pero sentir el qué?

El interior del colegio era incluso más bonito que el exterior. Tenía mucho espacio y el techo parecía alcanzar el cielo. Numerosas escaleras subían y bajaban. La entrada principal estaba adornada con números cuadros y relojes que colgaban de sus paredes. La estancia estaba iluminada por lámparas de cristales. En el centro había sofás de cuero, en los que varios alumnos ya se encontraban sentados. En el ángulo derecho de la sala había una pequeña recepción, una chica se escondía tras de esta, llevaba un traje de gala, parecido al de Dylan, pero de él, sobresalía una corbata roja.

Estuve un buen rato paseando por aquel colegio. Era inmenso y muy lujoso. Encontré las aulas, el comedor y otras estancias. Una vez hallados los dormitorios, me di cuenta de que estaban separados por sexos.

En las llaves que Dylan me había entregado minutos atrás había una pequeña pegatina adherida a ellas. Ponía exactamente el número de mi habitación: “123”. Hallarlo no fue complicado. Avancé por un pasillo de piedra hasta llegar a la habitación.

Abrí la puerta tímidamente después de dar dos leves golpes en ella. En la estancia se encontraban dos chicas, al parecer completamente distintas. Una de ellas colocaba su ropa en el armario, se le veía responsable y lo más probable es que quisiera acabar de deshacer su maleta lo antes posible, para olvidarse de futuras preocupaciones. La restante yacía en su cama con los ojos cerrados. Escuchaba música de su reproductor. No se percató de mi presencia, seguía distraída, relajada.

-          Hola – dije tímidamente. De pronto la chica que colocaba su ropa se detuvo para dedicarme un poco de su atención. Tenía el pelo negro y algo ondulado;  le sobrepasaba los hombros. Sus ojos eran oscuros, del color del chocolate - .
-          Hola, me llamo Natasha – sonrió. En cambio su compañera seguía tumbada, sin enterarse de que el mundo continuaba a su alrededor.
-          Brittany – le devolví la sonrisa – aunque normalmente siempre me llaman Bri.
-          Perdónala, Bri – miró a la chica desconocida para mí – siempre está en las nubes – se rió - .
-          ¿Cómo se llama?
-          Andrea – posó su dedo índice sobre sus labios para que permaneciera en silencio. Enroscó rapidamente uno de sus pantalones y se lo lanzó para que bajase de las nubes.
-          ¿¡Pero quién coño me ha tirado esto!? – miró furiosa a Natasha – te la vas a cargar…
Luego nada más. Solo silencio. Silencio al verme, contemplando su mal genio, su postura defensiva.
-          ¿Quién es esta?
-          Esta tiene nombre – su pregunta y su indiferencia me hirió  - .
-          ¿Y bien?
-          Brittany, encantada.
-          Yo no podría decir lo mismo – murmuró, más logré escucharlo. Las cosas estaba claro que nunca resultan como nos gustarían y por lo tanto no podría caerle bien a todo el mundo - .
-          Podrías ser un poco más amable, ¿no? – Natasha intervino - .
-          Sabes que no soy así, no voy a fingir algo que no soy.
-          Pero la chica no te ha hecho nada, además es nueva.
-          Cierto, ¿y?
-          ¡Déjalo! Eres imposible.
-          Por lo visto es tú primer año aquí – Andrea afirmó, dirigiéndose hacia mí - .
-          No hay que ser muy inteligente para deducir eso – ataqué por su comentario anterior mas ella hizo caso omiso y continuó serena la conversación - .
-          ¿Y por qué decidiste venir?
-          En realidad no fue cosa mía.
-          ¿De quién entonces?
-          Mis padres pensaron que sería una gran oportunidad para mí venir aquí.
-          No tengo tan claro yo que ese sea el motivo – desconfió, aunque no hubiera otra razón por la que yo me viese obligada a venir hasta aquí - .
-          ¿Y según tú, entonces, por qué estoy aquí?
-          Sé lo que quieres y cuáles son tus planes – no sabía a donde quería llegar ni cuáles eran sus intenciones mas a pesar de todas mis dudas e incomprensiones decidí continuar con su juego - .
-          ¿Enserio? No puede ser…Me has descubierto.  He de admitir que sí, soy una bruja y entre mis planes estaba mataros a todos - .
-          ¡Qué graciosa! – la ironía le quedaba grande - .
-          Brittany no le hagas caso, será lo mejor.
-          Está bien y… ¿tú por qué decidiste venir aquí?
-          Necesitaba alejarme de mi hogar, desconectar de todo aquello. También quiero demostrarles a mis padres lo que valgo y todo lo que puedo dar aprendiendo nuevas técnicas – era absurdo ver como yo haría lo imposible para volver a casa y en cambio otros querían aprender técnicas de estudio en el extranjero - .
-          ¿Y tu Andrea?
-          Yo en cambio no tengo porqué demostrarle a nadie nada. Estoy aquí básicamente por la misma razón; me gustaría aprender nuevas técnicas y por supuesto también a interpretar mejor los libros.

La conversación llegó a un punto de incomprensión que yo no llegaba a alcanzar. Me sentí desorientada entre tanta información que asimilar de golpe ¿Acaso Andrea era analfabeta? o tal vez no sabía leer, ¿no entendería la historia o incluso el mismo inglés? No comprendía si ella entendía o no las materias porque ahora lo verdaderamente importante era el hecho de que la que se encontraba en fase de confusión era yo misma.

Natasha continuaba vaciando su maleta poco a poco. Ordenaba su ropa por colores en el armario. Parecía una chica muy ordenada y por consiguiente le gustarían las cosas a su manera. Mis dos compañeras de habitación daban la impresión de ser muy contrarias entre ellas, diferentes y distintas; pero se habían adaptado la una a la otra. Quizá eso mismo llegara a ocurrirnos a nosotras. Andrea seguía inmóvil sobre la cama, igual que su maleta, aún inerte a los pies de la misma. Parecía no tener mayor intención de abrirla, al menos de momento.

Me sorprendió el hecho de que de pronto Natasha sacara de su maleta una gran escoba. No entendía el cómo ni el por qué, pero allí estaba; entre sus manos. Entonces las dudas me asaltaron y con ellas las preguntas que formular.

-          Natasha,  ¿cuántos años llevas viniendo aquí?
-          Creo que dos, espera, ¿eran tres? O tal vez… - ella continuaba calculando - .
-          Mejor déjalo – reímos - ¿Hay alguien aquí que limpie las habitaciones?
-          De la limpieza se encargan los asistentes, pero lo que es el orden y las camas nos toca a nosotras.
-          Vale – di por acabada la conversación. No quería aumentar incluso más las numerosas dudas que bombardeaban mi pequeña cabeza. Sino quizá acabaría explotando.

La tarde se paso rápida entre risas y bromas en las cuales Andrea no participó. Natasha y yo permanecimos en la habitación todo el tiempo hablando y aprovechando para conocernos pero también para acabar de deshacer nuestras maletas y ordenar las cosas que yacían en ellas. Ya bien entrada la noche, Andrea irrumpió en la habitación y esta vez sí, abrió su equipaje y se dispuso a colocar sus pertenencias. 

Sobre las once una mujer de aspecto anciano irrumpió en la habitación, su cuerpo ya con arrugas se veía cubierto por un uniforme gris, el cual conjuntaba con su pelo, solo que de este sobresalían algunas canas. Llevaba en la mano una bandeja con tres platos hondos, ya de lejos se podía apreciar el delicioso olor. Era diferente a cuales había experimentado, distinto y seguramente único. Nos dejó los cuencos en el escritorio de la habitación, justo enfrente de la cama de Andrea. De ellos sobresalía una considerable cantidad de humo, lo que indicaba que la sopa estaba demasiado caliente todavía para poder tomarla. Nos sonrió y sin decir ninguna palabra cerró la puerta. Cenamos una vez que la sopa enfrió.

 Ya bien pasadas las doce decidimos acostarnos, el viaje hasta aquí había sido largo y me sentía realmente agotada, con ganas de descansar. Sin embargo no conseguí conciliar rapidamente el sueño y por consiguiente no dormí precisamente bien. Estaba nerviosa, más nerviosa que de costumbre, algo me preocupaba, era algo así como un mal presentimiento de todo esto. No conseguía averiguar qué era lo que iba mal, pero estaba segura de que algo sin ninguna duda estaba fuera de su sitio. El hecho de hacer nuevas amistades en un sitio en el cual tendría que empezar de cero ya no me preocupaba. Había conocido a personas muy interesantes en la barca de camino al colegio y una vez en él a una persona amable y maravillosa, Natasha.

miércoles, 20 de julio de 2011

Capítulo 13. Media

Iba a echar de menos la pequeña ciudad de la que provenía. Iba a echar de menos la playa, el mar, el horizonte, hasta al colegio lo iba a echar de menos, pero sobre todas las cosas y ante todo, lo iba a echar de menos a él.

Cogimos el viejo monovolumen azul. Abie conducía a mucha velocidad, parecía no importarle nada más, solamente llegar a tiempo.

Durante todo el viaje mis pensamientos recordaban lo mismo. Mi vida, mi antigua vida, los momentos vividos con mis amigas, las tardes en el parque, recorriendo la ciudad, pero ahora todo aquello había quedado atrás. Estaba nerviosa, realmente nerviosa. Tenía miedo,  miedo de tantas cosas; cosas que aún no sabía de que se trataban.

Nada me había preocupado hasta ese momento. Ahora que me tocaba chocarme de pronto con la realidad me surgían dudas, dudas sin respuestas y mucho temor hacia lo desconocido. Había evitado recordar mi destino, pero ahora ya era demasiado tarde para volver a aquellos tiempos, debía madurar y afrontar aquello que ahora me tocaba vivir.

-          Mamá – pronuncié casi sin voz y sin apartar la vista del cristal frontal - .
-          Dime Brittany.
-          ¿Sabes qué clases voy a tener en el colegio? ¿Y sabes si voy a compartir habitación con más personas? ¿Y si…? – ella interrumpió mi interrogatorio - .
-          ¡No me bombardees a preguntas! – parecía molesta – Cariño, no te preocupes, todo va a salir bien, confía en mí – dijo mientras apretaba fuertemente mi mano - .
-          Estoy bien Abie, pero es que no sé nada de ese lugar – la miré fijamente. Quería saberlo todo - .
-          Tu padre y yo hemos estado investigando todo; hasta el más mínimo detalle y vas a estar muy bien allí, ya verás – forzó una sonrisa, parecía preocupada - .
-          Pero, yo…
-          Brittany, no hablemos más del tema, por favor.
-          ¿Por qué?
-          ¡Porque es un colegio normal, no sé qué quiere saber! – enmudecí - .

Durante el resto del viaje no hice ningún comentario más al respecto. Mis padres solamente me habían dicho que el instituto inglés se llamaba “Media Noche”. Nada más. Pero es que hasta ahora no había tenido necesidad de saber nada más, mas ya no era así. Ahora quería descubrir por adelantado lo que me esperaba, pero para mi desgracia, debería darme cuenta de las cosas por mi misma y una vez llegado al colegio.

El tiempo pasó en un suspiró mientras dejaba atrás la ciudad. Y de pronto, en el momento menos inesperado, el coche se detuvo. Mi madre ya había aparcado en frente de un antiguo edificio. El edificio que me transportaría muy lejos de allí.

Una vez dentro mis miedos aumentaron sin quererlo. Me quedaba una escasa media hora para partir. Para alejarme de mi felicidad y dejarla atrás; lejos de mi camino. Decidimos tomar un desayuno rápido en una de las muchas cafeterías de la estación. La que quedaba más cerca de la terminal.

Pedí chocolate con churros, esto provocó en mí una infinita angustia seguida de un dolor interminable. Recordar aquella tarde en la que él me invitó a uno chocolate para animarme. Aquella tarde que debí haber retenido en el tiempo de haber sabido. Aquella tarde en la que todo era perfecto, perfecto porque él lo era y yo con él me sentía así.

Tal vez con el tiempo él se olvidará de mí, de nuestros momentos juntos. Tal vez Jack no se acordará con tan solo ver una par de churros de mí. Mi corazón comenzó a sentirse vació y yo con él. De pronto varias lágrimas nacieron y murieron en un mismo instante. Mi madre ni siquiera se percató de ello, logré secarlas lo más rápido posible.

-          Acaba rápido ese chocolate, que vas a llegar tarde.
-          ¡Mamá, aún queda tiempo!
-          El tren no va a esperar por ti, hazme caso.
-          Por hacerte caso mira donde estoy – ella me miró expectante - .
-          Estás donde debes estar.
-          Donde tú quieres que este – era completamente esto cierto - .
-          ¿Sabes? No siempre vas a hacer cosas que te gusten. Más bien la vida se basa en hacer cosas que no te gustan, pero que tendrás que hacer por obligación.
-          Pero mi obligación no es ir a ese colegio, es quedarme aquí.
-          Tu obligación es lo que tu padre y yo consideremos.
-          ¡Pero es que estoy harta! – dije entre sollozos - .
Mi madre dejó atrás su silla para ponerse a mi lado y consolarme.
-          No llores pequeña. Todo va a estar bien.
-          No, no lo va a estar. No me mientas. Todo estaría bien si me quedara aquí.
-          Eso ya no es posible – al oír estas palabras que acabaron con mis últimas esperanzas me levanté. Tenía que seguir adelante. Ya no quedaban esperanzas y no quería continuar resignándome, no quería continuar llorando ni tampoco lamentándome por cosas que ya no tenían solución.

Abie me acompañó a la terminal adecuada. Allí se encontraban muchas familias. Estaba repleto de niños más pequeños que yo, pero incluso mayores.

Me llamó la atención un grupo de jóvenes. Parecían ya conocerse. Algo en ellos era diferente, pero no logré adivinar que era. Lo que más captó mi atención no fue ni su ropa ni su aspecto, ni nada relacionado con ellos, sino con su forma de estar. Sonriendo. Estaban sonriendo. Eran felices. Felices por estar allí, felices por aprender inglés, por estar de nuevo con sus amigos o por…no sé, pero sonreían. Y yo no me veía capaz de hacer algo así lejos de mis amigos, sí, lejos de Jack.

De pronto un monstruo de hierro se paró justo a las cuatro y media en aquella estación. Un monstruo que arrasaría mi felicidad. Un monstruo en el que yo me vería dentro. Atrapada.

Mi madre me abrazó con fuerza mientras el resto de los alumnos iban despidiéndose también de sus familias y a continuación entrando en el tren.

-          Te voy a echar muchísimo de menos.
-          Y yo mamá.
-          ¿Quiero que recuerdes una cosa, sí?
-          ¿El qué?
-          Que pasé lo que pasé…
-          ¿Dónde?
-          Allí – comprendí – pasé lo que pasé, comprendas o no comprendas lo que te rodea, ten fe en ti misma.
-          ¿Cómo hago eso?
-          De la misma manera en la que respiras.
-          Vale.
-          Es muy importante que lo recuerdes.
-          ¿Por qué?
-          Todo a su momento, pequeña. Ahora vete – me abrazó con fuerza de nuevo - .
-          Te quiero mamá – me adentré en aquel convoy ahora inerte - .

Encontré mi asiento rapidamente haciéndome sitio entre el resto de alumnos. Mi lugar daba al exterior; junto a la ventana. Así podría distraerme. Desde ella vi a mi madre, estaba llorando. Movía su mano de lado a lado lentamente, despidiéndose.

Una vez acomodada en mi asiento el monstruo en el que ahora me hallaba se puso en movimiento. Llevándome a algún lugar. Me coloqué los cascos y me distraje escuchando música y mirando a través de la ventana el paisaje. Árboles. Plantas. Flores. Más árboles y luego la luna. Que caminaba junto a mí.

Mi imaginación pudo cobrar vida propia. Me imaginaba el colegio, a los profesores, las clases… me imaginaban mi nueva vida y no me veía feliz con ella. Pero todos estos pensamientos parecieron desaparecer cuando de pronto mi móvil sonó. Un mensaje de Jack. De pronto sonreí y era fácil sonreír. Me sorprendió que a esas horas él estuviera despierto, pero le agradecía el detalle. Lo había hecho por mí y de alguna manera él también se acordaba de mí tanto como yo de él.

“Ya te has ido y ya te echo de menos. Te amo. Quiero que sepas preciosa, que me acuerdo de ti siempre y que en el tiempo que no estés conmigo te pensaré más para tenerte junto a mí. Y un aviso: Ni se te ocurra irte con el primer inglés que veas. Te amo. Posdata: Te amo ¿te lo había dicho ya?

Sus palabras me animaron. El era capaz de devolverme la felicidad y sin prácticamente hacer nada. Daría cualquier cosa, todo en ese momento, por parar este tren, por salir de allí y volver a sus brazos.

“Yo también estoy deseando verte y sobre todo poder quedarme contigo. Y descuida que yo no me voy a ir con ningún niño inglés. Solo te quiero a ti y no necesito nada más. Por cierto y por si no te acuerdas, te repites, ya me has dicho que me amas”.

A los pocos segundos de mandar mi contestación ya recibía yo una por parte suya.

“La verdad es que no te merece la pena, porque aquí ya tienes a tu héroe. Sino el se enfadará, te tirará por la ventana y no te rescatará ¿Te puedo llamar esta noche?

No estaba segura, por más que quisiera, de poder hablar con él por la noche. Tal vez estaría demasiado ocupada organizando todo para el comienzo de las clases. Ordenando la habitación o intentando comprender el idioma.

“¡Ni se te ocurra tirarme por la ventana! Porque sino solamente demostrarás que eres un héroe de pacotilla que no sabe volar ni rescatar a una pobre chica indefensa. Esta noche mejor no, tendré que instalarme. Mejor mañana, ¿te parece?”

Me distraje un momento para mirar el paisaje. El sol comenzaba a salir, iluminaba el camino, mas no el mío. Mi camino continuaba tan oscuro y tan fúnebre como hasta ahora. No quedaban esperanzas. Nos aproximábamos a un túnel.

“No soy un héroe de pacotilla. Podría salvarte de lo que fuera si mañana atiendes a mi llamada”.

Estaba concentrada escribiendo la contestación al mensaje de Jack, pero no puede, de pronto la pantalla de mi móvil se vio inundada para una serie de rayas blancas y negras que se movían constantemente; semejante a un código de barras pero en movimiento.

-          ¡Joder, funciona! – agité el móvil varias veces, pero no pasaba nada. Perdí los nervios solo de pensar que no podría hablar con Jack y menos imaginar que tal vez no volviera a funcionar - .

De pronto se escuchó un fuerte estruendo proveniente del exterior. No sabía que había sucedido, pero el tren continuaba en movimiento. A continuación daba golpes contra el suelo una y otra vez. Las personas allí presentes no hicieron ademán de quejarse, parecía algo normal para ellos.

Miré por la ventanilla para poder descubrir por mi misma que era lo que ocurría. Pero para mi desgracia no pude ver nada, luces de diversos colores se reflejaban en mi pupila, me dañaban la visión; tuve que cerrar los ojos a causa de ello.

Media hora después el convoy se detuvo. Pero mis nervios no cesaban. Cerré los ojos con fuerza intentando aceptar aquello que me tocaba vivir a partir de ahora, aquello que me esperaba ahí fuera. Mi móvil ya funcionaba y puede aclararle rapidamente a Jack que mañana aceptaría su llamada y le comenté que ya había llegado. Apagué el móvil. Ya no necesitaba acordarme de él, debía aceptar mi nueva vida. Mi lugar no estaba aquí, pero por muy contradictorio que resulte, aquí estaba.

Esperé sentada, inmóvil, apenas con vida y verdaderamente inerte. No pestañeaba y tampoco respiraba; contenía inconscientemente la respiración.

Una vez completamente vacío, salí de aquel monstruo de hierro que me tenía presa.

viernes, 8 de julio de 2011

Capítulo 12. Dos mañanas diferentes

-          ¡Ah!
-          ¿Qué te pasa? ¿Quieres que pare? – lo llevaba deseando desde el principio mas no iba a reconocerlo - .
-          Tu barba me ha rascado –  Todo fue un poco exagerado para conseguir mi propósito. Detenerlo - .
-          Te sentías incómoda, ¿no? – nos quedamos sentados encima de la cama - .
-          Lo reconozco he ido muy rápido, perdóname – no me dejó tiempo a contestar - .
-          No Jack, todo estaba perfectamente, pero compréndeme, creo que has ido un poco rápido.
-          Lo sé. Tienes toda la razón. ¡Qué estúpido soy, joder! No tenía que haberlo fastidiado.
-          No has fastidiado nada, de verdad.
-          No trates de defender lo que hice. He estado mal. Realmente mal.
-          No mal, solo que yo necesito…
-          Tiempo, lo sé. No solo de crecer sino en la relación en sí.
-          Yo te quiero Jack, pero llevamos muy poco tiempo juntos y yo soy…
-          Mi pequeña Brittany.
-          Exactamente.
-          Olvidemos este vergonzoso momento, ¿está bien?
-          Por mí no hay ningún problema – le aclaré - .
-          A dormir de verdad entonces.
-          ¿Acaso antes dormíamos de mentira? Es la primera noticia que tengo.
-          Tontita mía – nos acostamos en la cama, pero esta vez para no despertarnos en un buen rato - .

Más  tenía razón. Se había equivocado. Hay que saber esperar cada cosa tiene su momento.
Dos rayos de sol atraviesan la ventana de la habitación. Suben por los bordes de la cama, por el edredón, por mi pelo castaño, por mis brazos destapados. Al sentir el cálido toque del nuevo día, abro los ojos.
Su cara está muy cerca. Miro sus ojos, son muy bonitos, casi tanto como su sonrisa. Él se aproximó tímidamente a mí y me besó en los labios. Cuando estaba a punto de convertirse en algo más profundo me separé.

-          ¿Cuánto tiempo llevas despierto? – intenté abrir un poco más los ojos mientras esbozaba una amable sonrisa intentando que mi miedo de la noche anterior no se viera reflejada aún en ella - .
-          Una media hora o así.
-          ¿Todo ese rato has estado mirándome? – pregunté curiosamente - .
-          ¿Quieres la verdad?
-          Pues claro.
-          Me gusta mirarte cuando duermes.
-          Si debo de estar muy fea seguro.
-          ¿Tú fea? Lo dudo.
-          Mira que pelos ¿Te has fijado bien?
-          Y los míos – nos reímos, un pelo para un lado y otro para otro, alborotado, pero transmitía alegría - .
-          ¿Qué hora es?
-           Las doce y media.
-          ¡Qué tarde!
-          A dónde tienes que ir, tampoco hay tanta prisa.
-          Le dije a mi madre que volvería para la hora de comer, porque después… da igual – quería olvidar, olvidar todo lo que sucedería mañana - .
-          ¿Y a qué hora soléis comer?
-          Dos y media.
-          Queda tiempo de sobra.
-          Si tú lo dices, pero mientras, no perdamos más tiempo. Preparemos el desayuno.
Nos levantamos de la cama tras un rápido beso en los labios y preparamos el desayuno apresuradamente.
-          ¿Dónde están las galletas?
-          Segundo cajón a la derecha.
-          ¿Pero cuál?
-          Déjalo, ya los cojo yo – abrió el estante adecuado - .
-          Tienes varios tipos a elegir.
-          Cualquiera que tenga chocolate me sirve.
-          Te estás volviendo una gorda.
-          Jack… - me quejé mientras le empujaba - .
-          Tampoco entiendo cómo se calienta la leche.
-          Es un microondas normal.
-          Eso de normal es cuestionable – bromeé - .
-          Te ayudaré.
-          Gracias.
-          Pero te la pondré muy caliente.
-          Ni se te ocurra – nos reímos –  Más te vale poner la leche templada - .
-          Vale, mejor no me arriesgo, a saber de lo que eres capaz de hacerme luego.
-          Nada malo. Solo…tirarte por la ventana.
-          Recuerda que soy un héroe.
-          ¿Y qué con eso?
-          Los héroes saben volar, ¿recuerdas?
-          ¿Y las novias de héroes?
-          No, esas no, son realmente inútiles, no saben ni servir leche.
-          Jack – le di un puñetazo en el hombro intentando hacerle daño, más mi intento fue fallido. Él por el contrario rodeó mi cadera con sus fuertes brazos y me atrajo hacia él. Me besó -.

Desayunamos con calma. Ya era la una cuando comenzamos; el tiempo parecía volar. Fue una comida bastante tranquila, la armonía que hoy se percibía era muy gratificante. Me sentía como en casa. Sin ninguna preocupación. Podía dedicar todos mis sentidos a atenderle a él, a escuchar su voz, a mirar sus preciosos ojos, su boca, a besarlo, pero todo por última vez. Desgraciadamente todo lo bueno acaba. Lo que una vez te da la vida ella misma te lo quita. Triste pero a la vez cierto. No me podía aferrar a ello. Debía disfrutar cada instante al máximo y no preocuparme del futuro. Ahora importaba el presente. Importaba nuestra historia. Nuestros últimos momentos juntos antes de marcharme. Echaría de menos todo esto. La ciudad. Mi vida. Justo antes de romper a llorar por todos estos recuerdos volví a la conversación que estábamos teniendo Jack y yo. Brittany recuerda lo único que importa es el presente. Con estas últimas palabras que resonaban en mi interior pude volver a la realidad.

-          ¿Quieres ducharte aquí o lo harás en casa? – le miré expectante, de pronto los latidos de mi corazón adquirieron velocidad sin quererlo. No quería contestar a aquella pregunta, no quería imaginarme, no, no.
-          Júrame que… - el detuvo mis palabras apoyando su dedo índice sobre mis labios - .
-          Te lo juro.
-          Es que anoche…
-          Ya te he dicho que lo siento.
-          ¿Sabes una cosa?
-          No – parecía molesto - .
-          La verdad es que me gusto que estuviéramos así.
-          ¿Así cómo?
-          Pues así, no sé… Ya me entiendes Jack – se rió - .
-          No tiene gracia. Yo intento explicarte algo y tú vas y te ríes.
-          Es que no tienes que explicarme nada ya sé que estuve mal.
-          Ya, pero es que…
-          No, no tienes que decir o hacer algo para que me sienta mejor.
-          Pero es que Jack…
-          A ver dime.
-          A mí me pareció mal…
-          Sí, ya sé que te pareció mal que intentará… - interrumpí - .
-          ¡Jack! Hay una parte buena en todo esto, la que te llevo media hora intentando explicar.
-          ¡Ah sí! ¿Hay una parte buena en todo esto? ¿Cuál? ¿Quedar como un estúpido? ¿O tal vez…?
-          ¡Ya! Claro que hay una parte buena.
-          Me gustaría saber cuál es.
-          Me encantó saber qué me quieres, me encantó que me demostrases que me amabas, me encantó que luego te arrepintieses de lo que hacías porque te preocupaste por mí, eso me hizo saber que de verdad te importo. Puede ser que estuviese mal, pero con esto me has demostrado muchas cosas, aunque a ti no te haya parecido así.
-          Esa es una buena forma de verlo. La verdad es que tienes razón – entro en razón - .
-          Siempre la tengo – se rió - .
-          Yo te quiero mucho Brittany y nunca permitiría que alguien te hiciera daño y me incluyo.
-          Ayer no me hiciste daño – se levantó de su silla y se aproximó a mí. Su mirar era diferente, sus ojos tenían un brillo especial. Cogió mi mano con delicadeza, como si tuviera miedo y levanto mi frágil estructura. Me abrazó con fuerza, protegiéndome con sus brazos. Después me miro y solo pude decir – Gracias Jack, por todo – y eso parecía una despedida más que un simple agradecimiento –.
-          Nos quedan juntos muchos momentos, no malgastes tus agradecimientos que no se merecen – eso obviamente era un hasta pronto -.

Recogimos la mesa pero también dejamos todo sucio en el fregadero. Jack vio la tele mientras yo me duchaba. Confiaba en él y él no me defraudaba. Mantenía su palabra y eso quieras que no, es de agradecer. Muy pocas personas merecen tu confianza, pero sí la tienen es merecida.

Cuando ya estábamos completamente listos bajamos al garaje donde tenía guardada la moto que tantos recuerdos me traía. De aquel día que aún no sabía lo que me esperaba después. Irme. No volver a aquella iglesia. Con aquel cura tan amable que nos caso. Suspiré. Jack se sobresaltó. No comprendió aquello.

La moto arranca veloz, dando un salto hacia delante. Instintivamente yo me agarro a él. Mis manos acaban bajo su camiseta, su piel está fresca, su cuerpo caliente en el frio de la mañana. Siento bajo mis dedos unos músculos bien delineados. Se alteran a cada movimiento. El viento nos acaricia. El pelo se ondea. La moto se ladea. Lo abrazo con más fuerza y cierro los ojos. Siento el ruido de algunos coches. Ahora estamos en una calle más grande y hace menos frío. La moto se para. Ya no necesitaba seguir agarrada a él. Pero no le quería soltar.

-          Jack…esta va a ser la última vez que nos veamos.
-          No seas tan dramática – parecía no importarle – nos veremos dentro de un par de meses, allí harás más amigos y pronto te sentirás integrada.
-          ¿Tú crees?
-          Estoy seguro. Y si no siempre puedes llamarme y decirme Jack no tenías razón, te odio.
-          Odiarte es imposible – le abracé - .
-          Te quiero – me susurró - .
-          Yo también, pero estaremos en contacto… ¿verdad? – le dije mientras salía de la moto - .
-          Solo hasta que te aburras de llamarme – le miré expectante - .
-          Sabes de sobra que eso no pasará – agarró mi cintura y me atrajo hasta él. Me besó con delicadeza. Acarició mis piernas y me volvió a besar pero de manera diferente, con ternura. Me aferré a él. No quería soltarlo, no quería que ese instante se acabará. Con valentía me marché corriendo, abrí la puerta del portal y evitando el contacto visual me sumí en mi nueva vida, en la vida que me tocaría vivir lejos de Jack.



El despertador había cumplido su función. Tres y media. Abrí un poco los ojos, pero no quería despertar. Me sumí de nuevo en la oscuridad de las mantas de mi cama. Mamá apareció dando voces a los cinco minutos de sonar el aparato que me devolvió a la realidad. Me desperecé y salí de la cama poco a poco, sin ser consciente aún de lo que sucedía a mí alrededor.

La ropa ya preparada estaba sobra la silla de mi escritorio. Había dejado ya todo listo ayer por la noche para despreocuparme de apresurarme a última hora, ya que sabía que si eso ocurría mi madre se pondría de los nervios y quería evitarle, aunque fuera hoy, el mal trago.

Me duché rapidamente. Mi viaje hacia una nueva vida comenzaría a las cuatro y media. El viaje hasta la estación duraba unos quince minutos; así que una vez en la terminal desayunaríamos con tiempo. Mamá quería asegurarse de que llegáramos a tiempo aunque eso implicase que yo pasara hambre. Aunque eso ya no me importaba.

Al acabar de prepararme me dirigí a la entrada de la casa. Allí mi madre esperaba impaciente mirando continuamente un antiguo reloj de oro que rodeaba su estrecha muñeca.
Cuando me acerqué a ella, abrió la puerta en silencio.